domingo, 17 de enero de 2010

La agenda


Mi amor: Todos los días llegas cansado de tu trabajo, con el portafolio en una mano y tu agenda en la otra. Al pasar por el comedor, dejas tu agenda sobre la mesa y sigues hacia el dormitorio, desde el cual, en un rato me pedirás a los gritos que te la alcance.
Quiero contarte que después que llego de mi trabajo, todos los días estoy dale que dale tendiendo camas, lavando pisos, viendo qué necesitan los niños y siempre lo último que hago, antes de que llegues a casa, es pasarle lustramuebles a la mesa del comedor donde diariamente dejas tu maldita agenda.
Por favor, mi amor, hoy no la sueltes hasta que llegues al dormitorio. Si lo haces, corres el peligro de tener que ir a buscarla en el patio de la planta baja.





Vuelve


Tengo varias razones para pedirte que vuelvas.
La primera es que me has dejado despeinada después de sacudirme mientras discutíamos. No encuentro la prensa que tenía en mi pelo y deberías buscarla tú después de todo.
La segunda es que me gusta oír llegar tu auto y que te anuncies a bocinazos.
Y te digo otra más: la última vez que nos vimos me regalaste una tanga negra y no quiero estrenarla sin que tú estés ahí para arrancármela.

El otro día


El día que te fuiste cerré las ventanas. No quería que ningún viento entrometido quitara tu perfume que se había impregnado en mi cama.
Sujeté con alfileres las fotos del último viaje que hicimos juntos, en ese panel de corcho que habías comprado aquella vez, y lo colgué delante de la cómoda en lugar del espejo. No quiero verme llorar porque no estás conmigo.
Por último pegué todos los trozos del cenicero que te tiré y lo coloqué en su lugar. No sea que vuelvas y tires la maldita ceniza de tu cigarro en la maceta del ficus que me regaló mi madre.


El problema de convivir


La convivencia siempre pudre todo.
Reconozco que protestar porque al lavarte los dientes manchaste el espejo es una tontera, pero dejar la toalla mojada sobre la cama y de mi lado, es el colmo.
Ya sé que te molesta mi bombachita colgada en el grifo de la ducha, pero está recién lavada, no como tu calzón mugroso que dejas en el piso del baño, al lado del inodoro.
También te molesta de mí que me ponga cremas en la cara cuando voy a dormir contigo. O que en las noches de invierno acerque mis piececitos helados a tus piernas.
Y oye! que tus ronquidos no son tan suaves como los imaginas. La otra noche soñaba que una locomotora entraba por la pared de nuestro cuarto y resultó que eras tú que de nuevo estabas durmiendo boca arriba.


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